Redescubrimos… el parque de la Taconera

Paseo completo: una hora y media aprox. (sin tomar en cuenta el tiempo ni los recuerdos reencontrados)

Recompensa final: Cookies de chocolate en The cookie shop

Un consejo Ma petite: coge un libro, elige un banco y regálate paz

Sol, cielo azul y frío, elementos perfectos para salir de paseo. Esta mañana no nos alejamos mucho. Nos vamos a redescubrir un parque que siempre formará parte de nuestros recuerdos de niñas -y no tanto-. Hoy, nos volvemos a encontrar con el parque de la Taconera.

Comenzamos la ruta por el Portal de San Nicolás, en mitad de la calle Bosquecillo que,  desde hace un par de años, es peatonal. Esta entrada imprime señorío, vamos a reconocerlo. ¿No te imaginas paseando por allí una tarde de domingo de 1929? Justo el mismo año en el que se reconstruyó este portal de la muralla erigido en 1666. Os contamos, por añadir un poco de culturilla al paseo, que el parque de la Taconera ya aparecía en los planos de la ciudad en 1719. Así que este pequeño corazón verde forma parte del alma de Pamplona y, en ella, nos adentramos.

La estatua de Julián Gayarre nos saluda desde la avenida principal del parque, aunque antes de devolverle el ‘hola’, ya hemos hecho unas cuantas fotos porque los colores de los árboles son preciosos. Verdes y marrones que incluyen todas las tonalidades posibles.

De pronto, nos damos cuenta de que casi estamos solas. Y nos llama la atención, porque la Taconera es un parque algo olvidado. Tan bonito y frondoso y tan poco transitado en una mañana que es más que perfecta para caminar. Nos da pena, y lástima. Entonces, vemos los bancos de piedra y no podemos hacer otra cosa, que sentarnos, respirar y contemplar.

Sin embargo, todavía nos queda por lo menos otra hora para perdernos. Tal cual, porque hay muchos recovecos para esconderse. Que se lo recuerden a los cientos de enamorados que eligieron perderse por ahí en algún momento. Si ahora mismo estás sonriendo, es que fuiste uno de ellos. ¡Confiesa! Esa es la magia. En pocos parques de la ciudad puedes jugar al escondite como en este.

Seguimos paseando y nos paramos a contemplar Pamplona desde la muralla, desde el lugar que ocupaba el Restaurante Vistabella. Mira hacia el monte San Cristobal, a los altos de Goñi, a San Miguel de Aralar, al monte Etxauri. Respira fuerte y contempla el río Arga y su paseo, los corralillos del gas, la Rotxapea… hasta donde tu vista alcance.

Te animamos a que reencuentres tu niñez al espiar a los ciervos. Te animamos a que escuches a los pavos reales, a los gallos, a los patos y a los cisnes. Te animamos a que encuentres el lugar exacto donde antaño estaba la jaula de los monos -¿ te acuerdas del mono Charlie?- y se lo cuentes a tus hijos. Y cuando ya lo hayas hecho, prométele a la Taconera que volverás pronto, antes de que todas las hojas se hayan abandonado al amarillo.

Volvemos hacia el portal Nuevo para entrar en Pamplona, pasando por la plaza de la O y rodeando las murallas hasta la Cuesta de Santo Domingo. ¿Hace cuánto tiempo que no pasas por aquí? Hoy caminamos más apresuradas, pero date un tiempo para seguir contemplando desde esa altura, la parte trasera del Museo de Navarra, sus arcos ojivales y el minarete vigía de entrada a la ciudad.

Llegar a Santo Domingo es ponerte en situación sanferminera, consciente o inconscientemente. Es visualizar toros por la calle y en los corralillos, es pararte y saludar a la hornacina del Santo.

Y entre recuerdos señoriales, de niñas comiendo palomitas de maíz, de ciervos en celo, de gritos de pavos reales, de carreras y escondites, y de juergas en blanco y rojo, hemos llegado a nuestra recompensa de hoy. Toca dulce. Toca chocolate y café. Nos paramos en The Cookie Shop, en el centro de la Plaza del Ayuntamiento. Lo pequeño y coqueto que es este lugar se engrandece con la vista de la fachada más bonita de Pamplona que, encima hoy, tiene telón de cielo azul intenso.

Y aquí nos quedamos, hablando con la boca llena de mantequilla y chocolate mientras se nos derriten el tiempo y los recuerdos.